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Vida y Milagros de Santa Catalina de Siena (Texto de Sala)

La Pinacoteca del Monasterio de Santa Catalina de Siena de Arequipa alberga una importante serie de pinturas sobre la vida y milagros de la santa titular de dicho monasterio. Las pinturas fueron realizadas entre 1650 y 1680 por un maestro cusqueño no identificado, quien produjo la serie aplicando pintura al temple y al óleo sobre lino.  Hoy la serie consta de 34 cuadros, aunque una visita eclesiástica de 1680 afirma que, en ese entonces, la serie tenía 44. Y que todos estos cuadros colgaban sobre los muros del templo de este monasterio.

Un estudio detallado de los cuadros catalinos sugiere que 27 de las pinturas de esta serie derivan de un ciclo de grabados producidos en 1607 por Jean Leclerc IV en un taller de impresión parisino ubicado en el barrio universitario de La Sorbona, y más específicamente en la Rue Saint Jean de Latran —hoy Rue de Latran— bajo la insignia de la Salamandra Regia.

Pero aún cuando las pinturas catalinas partan de grabados, no todo surge de ellos, ya que los grabados de Leclerc sufrieron una serie de transforma­cio­nes en manos del maestro cusqueño. Así, los cuadros catalinos son verdaderas traducciones del lenguaje gráfico del grabado al lenguaje pictórico de la pintura. También representan adaptaciones a necesidades locales. Nótese, por ejemplo, los cambios de escala y de formato que sufren los grabados. Éstas se deben al cambio de función que exhiben las imágenes grabadas al convertirse en pinturas: de ser imágenes de devoción privada y personal pasan a ser imágenes de devoción pública y colectiva.

Otro ejemplo de adaptación de la serie grabada se ve en el hábito que viste Santa Catalina en los cuadros de la serie de pinturas. Resulta que lleva el velo negro, como si fuera una monja dominica (segunda rama de la orden dominica), y no el velo blanco que se ve en los grabados y que le correspondía a Catalina como dominica laica que fue (tercera rama de la orden dominica). Este uso de velos negros en la iconografía de la santa se debe, probablemente, a que los cuadros fueron encargados por conventos de monjas, no por organizaciones de dominicas laicas. Esta es, pues, otra adaptación a necesidades locales. Y podríamos citar otras más. El barroquismo de las cartelas, por ejemplo. O la incorporación de querubines, criaturas muy caras a la pintura cusqueña.